Cuando Cristo entra en nuestros corazones, una alegría nos invade y sentimos que nuestra vida es verdaderamente abundante. Todo cuanto hacemos nos trae satisfacción, percibimos la belleza de las cosas creadas por Dios, los defectos de las personas parecen desaparecer, un cántico de regocijo mueve nuestros días en cualquier circunstancia.
De una cosa tenemos plena certeza: ¡estamos vivos!
Pero, muchos de nosotros, a lo largo del tiempo y con el venir de luchas y enfados, empezamos a enfriarnos. El coloreado de las cosas se va apagando, el placer de servir ya no es más marcante, la alabanza constante empieza a dar lugar a quejas y murmuraciones, y ya no tenemos más certeza de que estamos, realmente, vivos.
Todo nos disgusta, las situaciones nos acongojan, la sonrisa de los amigos nos enoja, nos escondemos de todos y de nosotros mismos. Caminamos, como la tortuga, y ni nos damos cuenta de que estamos muertos espiritualmente.
Pero, la tortuga andará solo algunos pasos y no vivirá más, y nosotros, podemos dejar que, nuevamente, Jesus, la Cabeza del cuerpo, vuelva a darnos la vida con el gozo de antes.
Esté vivo… ¡Jesus es Vida!
"Que gran verdad, cuanto nos cuesta a veces sentirnos vivos, tantas veces que caminamos sin sentido, sin la cabeza que es Cristo que nos da la verdadera vida.... pero ahí esta la grandeza de Dios, su amor y misericordia nos mueve y nos ayuda a continuar!" Gladys Rodríguez
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