"¡Sal, muévete, ve, levántate!" Así Dios llamó a
Abraham: "Sal de tu tierra, vete a la que yo te mostraré; levántate, deja
la casa de tus padres. Te bendeciré haciendo de ti una nación grande."
Abraham fue a donde le había dicho Dios. (Génesis 12, 1-2.4)
Hay que preguntar a Dios: "¿Se te puede creer?" y a Abraham:
"¿Dios cumple lo que dice?". Si la respuesta es sí, entonces Dios
llama hoy y cumple su bendición.
Cuando Dios llama hay que moverse, hay implícita una
partida. ¿Hacia dónde? Lo único que puedes hacer es fiarte y dejarle que te
muestre el camino y la meta. Cuesta moverse, partir, levantarse hacia donde Él
indica. Esta sociedad solo nos invita a estar cómodos; que no molestemos ni que
nos molesten; que alguien me mande a hacer algo me incomoda enseguida. Y Dios
aparece con su voz para desinstalarnos, para desarraigarnos...es terrible, pero
es la palabra de Dios, una llamada, una invitación a partir, a levantarte e
irte. ¡Cuánto has de dejar atrás para recibir la bendición, para ser bendición!
Decir si a Dios es ponerse en camino con los ojos fijos en Él, fiarse solo de Él, en su palabra. La tentación de posponer la decisión de seguirle pedirá tener todo claro. Claro, nunca lo estarás y tendrás que vivir con esa duda. Si te has dado tiempo para discernir, si te has dado tiempo para orar, si te has dado tiempo para escuchar la voz de Dios, si te has dado tiempo para servir a tu prójimo; si amas a Dios y a los pobres claro que puedes decir Sí. Dios te llama para que seas una bendición.
"Marchó pues Abraham...", fue, partió, con sus
dudas, apenado, triste, con el corazón roto, pero confiado en el Dios de la
promesa y de la fidelidad. Fue, y ahora te toca a ti y a mí; Él nos dirá en el
camino hacia donde. ¡Vamos!
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