Joven

Joven
“Que nadie te menosprecie por tu juventud. Trata de ser el modelo para los creyentes por tu manera de hablar, tu conducta, tu amor, tu fe y tu vida irreprochable”. 1 Tim 4, 12

martes, 27 de marzo de 2012

Cuaresma



El fin de la vida cristiana es vivir intensamente el misterio Pascual, ministerio que celebramos en el acto central de nuestra liturgia, la Santa Misa. La cuaresma no es un tiempo sombrío y triste propia de una espiritualidad evasiva. La Cuaresma es la oportunidad de mirar a nuestras vidas, encontrar las zonas desérticas y crecer en la esperanzas de que el desierto puede florecer.

La Cuaresma es tu tiempo con Dios. Tiempo para desnudarte de tus afanes, de revisar tu vida, de adquirir el equilibrio cristiano, de rehabilitarte con fuerza y el optimismo de Dios. Es el camino a la Pascua de liberación con Cristo. La Cuaresma es tu tiempo con tu Dios. 

La vida del materialismo consumista nos ha llevado a menospreciar los valores del Reino, a disociar la fe de la vida, a olvidar que el hombre no vive solo de pan sino también de la palabra de Dios. En el fondo es la lucha del "ser" SOBRE EL "TENER". Como nos dice constantemente padre Martín.

EL "tener" nos lleva a la insolidaridad que se niega a compartir, nos convierte en limosneros en lugar de ser promotores del reparto de bienes y desarrolladores de dones y carisma. Nos lleva a la frustración existencial ante las nuevas necesidades creadas artificialmente. El "tener" nos lleva a la desintegración total de nuestra existencia.

El "ser" es fundamentarse en la acción de Dios que nos creó. Básicamente es vivir en amor. Acercarse al hermano para extenderle una mano en su necesidad. Es considerar al otro, no como objeto de exploración sino como parte del proyecto de Dios y ese proyecto será incompleto si no uno mi "ser" al "ser" de mi hermano como realidad inseparable de mi existencia.

La cuaresma es tu tiempo para conocer el proyecto de Dios Padre quien en Cristo "trasforma nuestra condición humilde según el modelo de su condición divina" por eso la cuaresma es tiempo de gracia para hacer un alto en el camino y preguntarse a donde voy y con quien camino.

La oración es tu fuerza liberadora. Ahí escucharás las palabras del Señor, "si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y que me siga… Quien pierde su vida por mi, la salvará' (lc.9, 23) Los apóstoles, antes de la pasión del señor, seguían a Jesús pero era con sus criterios impregnado de un triunfalismo político. Tu oración ha de ser un encuentro Pascual con tu Padre. Orar no es hablar de Dios sino hablar con Dios. Alábalo y glorifícalo y pídele que sepamos recibir sus bendiciones. Tu oración principal será el participar en la santa misa. Escucha la palabra y luego comulga con la palabra.

Para poder orar con confianza, confiesa tus pecados en el sacramento de la Reconciliación o confesión. Si reconoces tu pecado y pides perdón, habrás abierto la puerta de la sanación interior y, por ende, sanación física. Tras tu confesión vive reconciliado con tu hermano. Purificado de tu pecado crecerán en ti los sentimientos de fraternidad, paz, amor, alegría y generosidad.

Todos buscamos una sociedad más justa, pero esperamos que el otro cambie. La realidad es que el mal está dentro de mi. Si yo no reconozco esto, nada cambiará dentro ni fuera de mi. Pero si tú cambias, habremos encontrado la llave que abrirá muchas puertas por las que podrán caminar innumerables hermanos…

viernes, 16 de marzo de 2012

SOY RESPONSABLE DE MI FE


SOY RESPONSABLE DE MI FE


Durante la segunda Guerra Mundial, como cadete de un colegio militar húngaro, fui enviado a Alemania. El pequeño grupo húngaro, siguió con la costumbre nacional de ir, en formación, todos los domingos a Misa. Nos sentábamos  en los bancos. Por supuesto nadie iba a comulgar. Con todo, yo antes solía comulgar, pero era muy comprometedor con las botas ruidosas y delante de los compañeros que hubieran podido burlarse de uno. Para comulgar, primero había que ir a confesarse, volver al banco y luego salir otra vez para comulgar. Pasaron varias semanas sin que yo comulgara.

Un día me pregunté por qué no lo hacía. Me di cuenta, en seguida, de que la comunión dependía de mi fe en Jesucristo. Me pregunté si creía en Él y tomé conciencia de que hasta entonces había creído, pero lo hacía porque mis padres me habían enseñado a creer y, por consiguiente, a comulgar.

Tenía 18 años cumplidos y no sabía si mis padres vivían o si los iba a encontrar algún día de nuevo. Su influjo sobre mí, su alabanza o reprobación, había desaparecido porque ni sabía si estaban con vida. Entonces me pregunté si yo por mi cuenta quería creer en Jesucristo o no. Pasaron varias semanas y yo trataba de sentir si Jesucristo era un cuento o una realidad.

Mi elaboración se acentuaba durante estas Misas obligadas, con compañeros buenos a mi lado, pero ellos mismos tenían una fe muy relativa. Al cabo de tres o cuatro semanas, tomé la decisión de creer en Jesucristo. Era una opción existencial. La razón era porque me parecía que valía la pena creer en él y lo que yo había aprendido de la vida de Jesús y lo que yo sentía de la vida misma me daban bastante fundamento para tomar esa elección. Tomé la decisión y desde entonces me levantaba en la Misa, iba a confesarme, volvía al banco y de nuevo me levantaba para ir a comulgar. No me importaba si algún compañero me fuera a hacer una observación. Me hubiera dolido pero no iba a cambiar mi comportamiento, porque me sentía seguro de mi decisión. La fe era mía. Este acontecimiento lo evoco como el comienzo de mi fe responsable y autónoma en Jesucristo.

Analicemos el testimonio con las siguientes preguntas:
1. ¿Cómo era su fe antes y cómo fue después?
2. ¿Qué le implicó a este joven tomar la decisión de creer en Cristo?
3. ¿Qué aplicación en mi vida puedo darle a la experiencia de este joven?